Columna de Opinión

Casa Cuna: una obra viva de amor y dignidad

En una sociedad donde las cifras de abandono, violencia y desprotección infantil siguen siendo alarmantes, encontrar espacios que no solo resguarden, sino que también dignifiquen la vida de niñas y niños en situación vulnerable, es una verdadera esperanza. La Casa Cuna del Sistema DIF Hidalgo no es solo un edificio: es un símbolo de resistencia, humanidad y futuro. Y ahora, a 22 años de su renacimiento, está a punto de vivir una transformación que responde a una necesidad urgente y profundamente humana.

La presidenta del Patronato del Sistema DIFH, Edda Vite Ramos, ha puesto voz y rostro a una realidad que muchas veces evitamos mirar de frente. Con el anuncio de la construcción de una segunda planta y la remodelación integral de áreas clave como la médica, psicológica y maternal, Casa Cuna da un paso al frente, consciente de que los 47 menores que hoy la habitan —más allá de una cifra— son personas con historias que merecen dignidad, cuidado y esperanza.

Este no es un proyecto cualquiera. Es el reflejo de un trabajo colectivo que une voluntades del sector público y privado. Es también un acto de justicia hacia la infancia, hacia esos pequeños que llegaron sin haber sido planeados, pero que hoy encuentran un hogar que les ofrece algo tan vital como el alimento: amor.

Resulta especialmente significativo que esta ampliación llegue tras años en los que el Centro de Asistencia Social operó en condiciones limitadas. La historia ha cambiado gracias al impulso de figuras clave como Juan Carlos Martínez y la comunidad solidaria que ha respondido al llamado de Edda Vite. Más de un millón de pesos se han invertido en mejoras básicas que, aunque invisibles para muchos, son esenciales para garantizar bienestar y seguridad.

Pero no todo se construye con cemento. También hay pilares de memoria y gratitud. Edda Vite no olvidó rendir homenaje a María Elena Sañudo de Núñez, fundadora de la nueva Casa Cuna, y con ello nos recordó que cada ladrillo tiene un origen noble, una intención amorosa, una huella imborrable.

Sí, Casa Cuna está creciendo. Pero lo más importante es que está evolucionando sin perder su esencia: ser un refugio, un nido, un trampolín hacia una vida distinta. Porque, como bien lo dijo su presidenta, este proyecto no debe detenerse. Y mientras siga alimentándose del compromiso, la visión y la empatía, no solo no se detendrá: volará más alto.

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