El 22 de marzo se conmemora el Día Mundial del Agua
El agua subterránea en el orbe constituye 97 por ciento del líquido dulce continental y físicamente accesible, y se posiciona como un elemento de la naturaleza mayormente apropiado, incrementando así la presión sobre su extracción; mientras que el tres por ciento restante corresponde al agua superficial que, con frecuencia, está contaminada.
El investigador del Instituto de Geografía (IGg) de la UNAM, José Joel Carrillo Rivera, asegura lo anterior y afirma que se requiere investigar más sobre los acuíferos como sistemas naturales integrales completos y no fragmentados, como se les considera administrativamente para su uso.
Recuerda que de 60 a 80 por ciento del agua del mar en algún momento de la vida del planeta fue subterránea, es decir, solo de 20 a 40 por ciento es resultado de la lluvia directa del cielo, “cantidad respetable”.
El especialista considera que hay suficiente agua subterránea para satisfacer las necesidades de la población del planeta. “Pero no es solo importante que haya suficiente agua, sino también que la podamos manejar”, para lo cual se debe saber cómo funciona de manera integral, con todo el sistema hidrológico.
El agua subterránea se encuentra bajo tierra, en las grietas y huecos del suelo, la arena y las rocas. Se mantiene en acuíferos (rocas y/o sedimentos permeables que contienen agua), se puede extraer por medio de pozos, burbujea naturalmente a través de un manantial o se descarga en lagos o arroyos; ayuda a reponer y mantener los niveles superficiales de agua: ríos, lagos o arroyos para que fluyan libremente.
Los niveles de agua subterránea no se controlan fácilmente ni a simple vista y, por lo tanto, los suministros pueden contaminarse sin saberlo, incluso sobreutilizarse, lo que significa que se extrae más de lo que se puede reponer de manera sostenible. Asimismo, puede estar contaminada por vertederos, tanques sépticos, tanques de gas subterráneos con fugas y por el uso excesivo de fertilizantes y pesticidas.
El agua subterránea tiene la capacidad de recargarse y reponerse cuando la lluvia y la nieve derretida se filtran por las grietas y hendiduras debajo de la superficie de la tierra, o artificialmente cuando se toman medidas para restaurar los niveles redirigiendo el líquido para que sea reabsorbido por el suelo a través de canales, cuencas o estanques.