Un día, cuando empezaban las menciones de los prospectos para la elección de medio sexenio, llegó un compadre a ver al presidente Adolfo Ruiz Cortines y pedirle lo hiciera diputado federal. Pasadas la auscultación y asambleas del PRI, el gallo priista resultó otro. Indignado fue a ver al presidente y éste, al verlo entrar se levantó, le dio un abrazo apretado y le espetó: “Nos chingaron, compadre, ni modo”. Suerte distinta corrió el teniente revolucionario Tomás Zataráin, su amigo. Cerca de medio sexenio visitó al presidente, se quejó de que su raquítica pensión no le alcanzaba para mantener a su familia y le pidió lo ayudara. Ruiz Cortines le prometió que lo haría con gusto y que se fuera sin pendiente. Pasaron meses y como Zataráin no veía claro volvió a visitarlo: oye, Adolfo, no me vaciles, ya no aguantó, se quejó. Le respondió el presidente: calmado, ya te apunté. Entonces ¡dispara!, contestó el militar. Pasada la campaña, triunfó y el día que iba a presentarse en la Cámara, se acicaló muy bien con traje, zapatos nuevos y corbata. Uno de sus hijos, que nunca lo había visto de traje, le preguntó: ¿Papá, ¿qué te pasa? Ahora sí vamos a salir de brujas, mijo.
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